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En la profundidad de los pantanos.
José Antonio Araiza
Palabra: Cocodrilo


La belleza existe en la profundidad de los pantanos,
los hombres miopes solo la miran en los paisajes bellos
o en el amor que acostumbra la calma,
si alguna vez te has quedado atascado,
sabes que mientras los pies se hunden en el barro
el agua turbia crece como la nada,
es una nube llena de incertidumbre
donde todo pierde significado,
el tiempo se amplifica, como una muchedumbre que va gritando
uno espera el derrumbe con el que termina el encanto,
mientras el lodo engulle nuestro cuerpo para así embalsamarlo
sentimos lirios psicóticos que amenazan nuestros zancos,
las hiedras acuáticas del arrebato nos ciñen con ternura
cual madraza que encuentra a su crío agonizando,
lentamente agua y tierra sellan nuestros labios,
pensando que ya hemos muerto
y por tanto nuestros sueños ya no están respirando.

¡Oh! Preciosa mutación que nos aguarda abajo
cuando uno cree que el mundo se ha acabado,
mas es asombro de los ojos que no se han cerrado,
ver como un nuevo opiaceo nos acecha
para concedernos el delirio del amor incauto,
entre la terrosa bruma que poco a poco se va disipando
unos ojos amarillos nos alumbran como farol que se abre paso,
se vislumbran también unos colmillos que custodian
la voracidad del destino que impaciente quiere besarnos,
la piel rugosa, el agua turbia,un anfibio de larga cola,
el amor nunca ha sido de terciopelo y de color rosa,
la fantasía es proporcional al azul del príncipe que nunca llega,
al sueño sublime que siempre nos desvela,
mas nunca nuestra garganta pronunciara la palabra desnuda
aquella vulnerable flaqueza que en la superficie jamas es belleza,
y preferimos la obscuridad inagotable para callarnos
mientras la bruma espesa nos revela una lengua corta.

Misericordia nuestra que prefiere ahogarnos,
en la profundidad de los pantanos donde no vemos
el olvido o el dolor de lo que no amamos,
dejándonos a merced del apetito impetuoso
que serpentea a nuestro al rededor en el meandro,
buscan nuestro latido desbocado,
el brío que guardamos en la entrepierna,
la insaciable locura de amar y de ser amado
en la alegría como en la tristeza,
pues los cocodrilos cuando lloran
ya tienen la panza llena.

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